CANSANCIO
Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.
QUE LOS RUIDOS TE PERFOREN LOS DIENTES
Que los ruidos te perforen
los dientes, como una lima de dentista, y la memoria se te llene de herrumbre,
de olores descompuestos y de palabras rotas. Que te crezca, en cada uno de los
poros, una pata de araña; que sólo puedas alimentarte de barajas usadas y que
el sueño te reduzca, como una aplanadora, al espesor de tu retrato. Que al
salir a la calle, hasta los faroles te corran a patadas; que un fanatismo
irresistible te obligue a prosternarte ante los tachos de basura y que todos los
habitantes de la ciudad te confundan con un meadero. Que cuando quieras decir:
“Mi amor”, digas: “Pescado frito”; que tus manos intenten estrangularte a cada
rato, y que en vez de tirar el cigarrillo, seas tú el que te arrojes en las
salivaderas. Que tu mujer te engañe hasta con los buzones; que al acostarse
junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que después de parir un cuervo,
alumbre una llave inglesa
NO SE ME IMPORTA UN PITO
No se me importa un pito que las
mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de
durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de
que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy
perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en
una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les
perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el
tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue —y no otra— la razón de que
me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por
entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de
palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera
pluma!
Desde el amanecer volaba del
dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba
el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que
volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido
entre las nubes, un puntito rosado. ¡María
Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus
piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio
planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras
nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en
hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan
ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué
voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches
de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que
no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que
tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de
comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en
concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor
más que volando.
ALEJANDRA PIZARNIK (1936-1972)
LA DE LOS OJOS ABIERTOS
la
vida juega en la plaza
con
el ser que nunca fui
y
aquí estoy
baila
pensamiento
en la
cuerda de mi sonrisa
y
todos dicen que esto pasó y es
va
pasando
va
pasando
mi
corazón
abre
la ventana
vida
aquí
estoy
mi
vida
mi
sola y aterida sangre
percute
en el mundo
pero
quiero saberme viva
pero
no quiero hablar
de la
muerte
ni de
sus extrañas manos.
LA ENAMORADA
esta
lúgubre manía de vivir
esta
recóndita humorada de vivir
te
arrastra alejandra no lo niegues.
hoy
te miraste en el espejo
y te
fue triste estabas sola
la
luz rugía el aire cantaba
pero
tu amado no volvió
enviarás
mensajes sonreirás
tremolarás
tus manos así volverá
tu
amado tan amado
oyes
la demente sirena que lo robó
el
barco con barbas de espuma
donde
murieron las risas
recuerdas
el último abrazo
oh
nada de angustias
ríe
en el pañuelo llora a carcajadas
pero
cierra las puertas de tu rostro
para
que no digan luego
que
aquella mujer fuiste tú
te
remuerden los días
te
culpan las noches
te
duele la vida tanto tanto
desesperada,
¿adónde vas?
desesperada
¡nada más!
LA JAULA
Afuera
hay sol.
No es
más que un sol
Pero
los hombres lo miran
y
después cantan.
Yo no
sé del sol.
Yo sé
la melodía del ángel
y el
sermón caliente
del
último viento.
Sé
gritar hasta el alba
cuando
la muerte se posa desnuda
en mi
sombra.
Yo
lloro debajo de mi nombre.
Yo
agito pañuelos en la noche
y
sedientos de realidad
bailan
conmigo
Yo
oculto clavos
para
escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera
hay sol.
Yo me
visto de cenizas.
ANILLOS DE CENIZA
A Cristina Campo
A Cristina Campo
Son
mis voces cantando
para
que no canten ellos,
los
amordazados grismente en el alba,
los
vestidos de pájaro desolado en la lluvia.
Hay,
en la espera,
un
rumor a lila rompiéndose.
Y
hay, cuando viene el día,
una
partición del sol en pequeños soles negros.
Y
cuando es de noche, siempre,
una
tribu de palabras mutiladas
busca
asilo en mi garganta,
para
que no cante ellos,
los
funestos, los dueños del silencio.
JUAN GELMAN (1930-2014)
FINAL
Ha muerto un hombre y están juntando su sangre en
cucharitas,
querido juan, has muerto finalmente.
De nada te valieron tus pedazos
mojados en ternura.
Cómo ha sido posible
que te fueras por un agujerito
y nadie haya ponido el dedo
para que te quedaras.
Se habrá comido toda la rabia del mundo
por antes de morir
y después se quedaba triste triste
apoyado en sus huesos.
Ya te abajaron, hermanito,
la tierra está temblando de ti.
Vigilemos a ver dónde brotan sus manos
empujadas por su rabia inmortal.
ESTOY SENTADO COMO UN INVÁLIDO EN EL DESIERTO DE
MI DESEO DE TI
Me he acostumbrado a beber la noche lentamente,
porque sé que la habitas, no importa dónde,
poblándola de sueños.
El viento de la noche abate estrellas temblorosas en
mis manos, que aún no se conforman, viudas inconsolables
de tu pelo.
En mi corazón se agitan los pájaros que en él sembraste
y a veces les daría la libertad que exigen
para volver a ti, con el helado filo del cuchillo.
Pero no puede ser. Porque estás tan en mí, tan viva
en mí, que si me muero a ti te moriría.
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.
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